lunes, 9 de febrero de 2009

Gazpachos manchegos a lo Hitchcock


lanos se eleva como una “corta” oda al revisionismo cinematográfico, pero como un largo sartenazo a la timorata, envidiosa y hasta cruel idiosincrasia castellano-manchega. Tiempo libre, televisión basura y paranoia enredan la madeja en la obra que, posiblemente, hubiera llevado a la gran pantalla el maestro del misterio si éste hubiera sido de Albacete.
(Pincha en la imagen para obtener el reportaje completo)

Los mayores peligros no se encuentran en una barriada de Ciudad del Cabo o en las calles de un guetto norteamericano. Se hayan en el barrio de toda la vida y los portadores del gélido aliento de la Dama de la Guadaña no son gigantescos mafiosos con pistola, sino dos vecinas cincuentonas, aburridas y adictas tanto a los licores de alta gradación como a los espacios de telerealidad y amarillistas para pasar una tarde cotidiana.

Al otro lado del visillo se esconde el enemigo. El asesino, el degenerado que no tiene que existir porque hace ruidos sospechosos, movimientos sinuosos y, lo más importante, tiene una pinta rara. Tal y como los dibujan en la televisión, párroco, púlpito y Biblia de la verdad absoluta en el siglo XXI. Ahí se lanzan las adalides de la justicia, con sus faldas marcadas por anchas caderas, pupilas dilatadas por horas y horas de telebasura y ausencia total de medicamentos antipsicóticos a exterminar al asesino, a ahorrar tiempo de espera en los juzgados, a ayudar al medio ambiente evitando que se acumulen folios y folios de causa penal.

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