lunes, 9 de febrero de 2009

Las dos caras del Pulp


. E. Howard y H.P. Lovecraft son dos caras de la misma moneda fantasiosa. Mientras que el primero hace batallar sus héroes contra monstruos, brujos y hechiceros, con fulgurante y moralizante éxito, el segundo los coloca frente a criaturas salidas de la última caverna del Infierno… con resultados poco algüeños tanto para ellos como para el lector. Quizás son dos formas de ver la vida: optimista o pesimita. Tal vez la concepción que se tiene del destino y el papel que desempeña el ser humano en medio de todo el juego cósmico. Marionetas de oscuros seres a los que les pertenece el mundo por su tétrica naturaleza o simples mortales que utilizan las herramientas que el destino les ha puesto en sus manos para poder salir airosos del envite.
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Lovecraft, se ve que pesimista por naturaleza, creía que la humanidad vivía una existencia sin sentido, puesto que no era más que una cuenta atrás entre el exilio de los Grandes Dioses (unos grandes, repugnantes y cruelísimos seres que fueron obligados a marcharse hace millones de años) y su inexorable retorno. Su vuelta, no faltaba más, no sería en absoluto grata para nosotros, puesto que nos veríamos sustituidos por razas serviles, híbridas y degeneradas. El creador de Conan, aunque con una concepción bastante pesimista de su propia especie, tenía la certeza de que la Historia es cíclica, por lo que el tiempo de civilización volvería a ser sutituido por otro de barbarie. Y así sucesivamente.

Howard no andaba del todo bien reconciliado con lo que podríamos llamar hoy en día “sensibilización racial”, pues consideraba que se estaba perdiendo la Fuerza, la pureza de la raza. Hecho que, inexorablemente, la conduciría al caos y al consiguiente retorno a los tiempos místicos y pseudos-cabernarios. Tales afirmaciones pueden hacer pensar al lector de un más que evidente “racismo” y un tufillo filonazi. Pero, recordémoslo, ambos son hijos de su tiempo, con sus miedos y prejuicios y ensalzan no el color de la piel, sino la valentía y el arrojo con que se enfrentan a los problemas.

Sus influencias, célticas para Howard, victorianas para Lofecraft, condicionan tanto sus personajes como el entorno en el que se mueve. Y, si el primero destaca el vigor, el segundo se apoya en la inteligencia y en el análisis ante lo desconocido. Pero, como es a todas luces imposible, otorga el don de la locura como única forma de poder adaptarse a Cthulhu y su miserable progenie.

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