viernes, 27 de febrero de 2009

Malos tipos, buenas páginas


icotomía del ser humano. Némesis. El oscuro pasajero que todos llevamos dentro se hace, con cada vez más frecuencia, un honroso eco entre los aficionados al cómic. Su ausencia de linealidad, su complejidad psicológica, su ambición desmedida y los sutiles (o no tanto) medios que utilizan para hacerse con la ciudad, el planeta o el Universo, les hace parecer irresistiblemente atractivos a ojos de un buen lector. La pregunta está sobre la mesa: ¿son los villanos el fiel reflejo de la especie humana o simplemente la fuerza destructiva necesaria para que exista un héroe?
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Tienen un carácter poco amigable, puede que porque muchos de ellos han sufrido terribles desengaños. Al fin y al cabo, siempre hay un tipo, con algo tatuado en el pecho y gráciles rizos que le caen sobre la frente, empeñado en desbaratarles sus planes. Sus respuestas (tirar a la chica del bueno por un puente, enterrar vivo a su fiel –y heterosexual- compañero) vienen condicionadas por haber frustrado su ambición. Total, qué son miles de muertos para conseguir un pequeño objetivo: el poder absoluto. Su cruz ha sido ser la otra cara de la moneda, los herederos de los ángeles caídos, de aquellos que osaron mirar de igual a igual a los ojos de un Dios creador y le escupieron a la cara que no se sintieron conformes con el pedazo de pastel que les había concedido de por vida.

De Joker a Kingpin o de Luthor a Magneto, el mal siempre es tan complejo o tan inmenso como el bien que le combate. Si el bien se encarna en valores, ellos lo hacen en el concepto del delito, en el porqué de la sociopatía, de la ambición de la venganza. Algunos de ellos son malignos porque el destino los ha hecho así, porque es su función en la vida, porque han sido creados con el único propósito de arrasar. Y todo para que el ser humano pueda aprender una lección del sufrimiento y aferrarse a cierto grado de fe.

Cumplen perfectamente con su función de contraste adaptándose a los tiempos que corren. La realidad histórica los ha transmutado y desdibujado. Nazis a principios de los años 40 y, ahora, misteriosos individuos que quieren terminar con una guerra injusta acabando con la vida del presidente. Malignos salvapatrias o cuasi cibernéticos padres enmascarados, con el tiempo se les termina cogiendo cariño, pues es en la madurez cuando empezamos a simpatizar con sus tétricas motivaciones. Puede que porque ellos no sean, ni más ni menos, que el reflejo de una sociedad o de un individuo al que el devenir cotidiano le ha arrancado la inocencia poco a poco.

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