domingo, 3 de mayo de 2009

La verdadera cara del Islam


l Islam es ante todo una fe, una creencia. Hay tantos tipos de musulmanes como de católicos, sólo que estos últimos parecen haber olvidado unos fundamentos, unas bases. Los rostros del credo de Mahoma son perfectamente visibles, el problema es que la prensa de masas se ha empeñado en ponerle un burka a, por ser poco exactos, la “mitad” de un credo: la mujer. Ponerse un hiyab o seguir los preceptos no debería dar pie a pensar en palabras como sometimiento, oscuridad, relegación, sufrimiento o palizas. La mujer es en Islam es muy visible, palpable y, quizás, mucho más libre en medio de una sociedad tan basada en cánones o postulados traídos de más allá del Atlántico.
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Amparo Sánchez es la presidenta del Centro Cultural Islámico de Valencia. Una mujer abierta, alegre, culta y comprometida. De profundas raíces católicas, optó por dar el salto y pronunciar con convicción “Alá es el único Dios y Mahoma su profeta”, único requisito para formar parte de una confesión en la que no existen sacerdotes, iglesias o diferencias por razón de raza y condición. Como todas sobre el papel, dirán algunos sobre este último punto, pero lo cierto es que una mujer, por mucha fe que tenga, no puede llegar a ser obispo.

La búsqueda da la espiritualidad, tan denostada hoy en día, fue lo que la condujo ante las puertas de un centro islámico. Y fue allí, cuando miró a los brillantes ojos de los hombres y las mujeres que, pese a tener duros trabajos, guardaban el ayuno con alegría, cuando observó un foco de esperanza. No fue un paso sencillo, antes hubo muchas jornadas de estudio, mucha reflexión y hasta la ausencia de un Dios en su camino.

Al entrar en pleno contacto se dio cuenta de las mentiras que se han arrojado educativamente hablando sobre la sociedad española. La primera, de que hay machistas y retrógrados en todas partes. La segunda, que tratamos de justificar la “involución” de los países de corte islámico echando la culpa a la religión, no a los gobernantes, apoyados, sobre todo, por las naciones ricas. Huelga decir que el Islam ofrece una gran fuerza espiritual para afrontar las adversidades, quizás de ahí que haya calado tan profundamente en estas sociedades. Una vía de unión y creencia que ha fortalecido a hombres y mujeres no sólo de África, Asia y Oriente Medio, sino también al pueblo afroamericano en su cruzada por hacer efectivos sus derechos.

Cualquiera que piense que es fácil se equivoca. Insultos por la calle, agitar continuamente ante las autoridades un DNI español o tener que explicar que cubre sus caderas hasta en verano no por obligación, sino por gusto. Pelear ante los medios de comunicación, empeñados en ofrecer siempre la misma imagen de algo que no conocen, que no comprenden y, por tanto, temen. Y, finalmente, hasta discutir cada vez que se habla del auténtico significado de la Yihad, mal traducida como “guerra santa”, recalcando una y otra vez las sabias palabras del profeta, que indican que la verdadera y más dura lucha que puede llevar a cabo el ser humano es contra uno mismo. Contra sus debilidades, sus odios inculcados, su envidia, su codicia o su rencor.

Huelga decir que, misteriosamente, cuánto se parecen a las de otro gran profeta que deambuló hace unos escasos dos mil años por las calles de una Judea sometida a un vasto imperio colonizador.
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Debate sobre el estado de la paranoia



ay temas que, por mucho que nos empeñemos, no pasan de moda. A poco más de una semana vista de la llamada “crisis del transporte”, me dispuse a analizar cuáles son las causas que llevan a que una mujer inunde el carrito de la compra con pollos o que otros saquen el coche del abuelo del garaje para llenar el hipotéticamente funcional depósito de gasolina. La cosa no ha cambiado mucho. A día de hoy, los medios de comunicación vienen a repetir la misma pauta con los vaivenes de la economía o con el enfriamiento porcino: vender el pánico a precio de noticias.
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El País se hace eco de los pronósticos económicos más agoreros; la gripe porcina alza la guadaña de una potencial pandemia devastadora; la derecha europea da la espalda a España en las medidas para la contención del desempleo. Y todo, todo, aderezado con la salsa mediática de potenciales y catastróficas situaciones.

Pedro Piqueras, director de uno de los servicios informativos más criticados por esta presunta práctica, asegura que sólo se limitan a poner delante de los ojos del espectador la realidad. De ahí a que algunos hayan “sobreexagerado” la situación, hay un paso. La culpa, si es que la hay, será de los poco propensos a contrastar puntos de vista en plena época de la sociedad de la información. ¿Y el efecto mimético? ¿Y el amarillismo? ¿Y la ausencia de la información sesuda en los mass media? Respuesta: al fin y al cabo, se sigue manteniendo, en parte, en la prensa escrita. La audiovisual, por su lado, ha adoptado el modelo norteamericano de vencer a la competencia a toda costa, por lo que amablemente recoge el testigo del extinto El Caso… para ofrecer una “información social y de servicio”. El resto, queda en nuestras manos.

Mientras tanto, un estándar comunicativo campa a sus anchas por el mundo. Un esquema que “obliga” al ciudadano a permanecer ante cualquier tipo de emisor de noticias como si le fuera la vida en ello, a la autodefensa, al consumismo, a la acaparación y al sentimiento de que, como esto no tiene solución, lo mejor es guardarse uno mismo las espaldas.

Pero, qué fue primero, el huevo o la gallina. Francisco Javier Davara, decano de Ciencias de la Información, asegura que todo profesional tiene la obligación de de tener a la veracidad, de contrastar, de verificar. “Sin embargo, no están las circunstancias como para eso”. La concentración mediática ha eliminado las líneas editoriales más dispersas, creando un sistema poco menos que bipolar y las redacciones han visto tan ajustadas sus plantillas que se limitan al escucha y resume de la rueda de prensa. No hay crítica profesional, no hay análisis más allá de las supuestas columnas de opinión. No hay hueco, en definitiva, para el nuevo periodismo, para el profesional que, ponderando todos los datos recogidos y analizando sus notas, pinta un cuadro más o menos exacto de una multi-realidad plagada de intereses sectarios.
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martes, 17 de marzo de 2009

¿Quién vigila a los vigilantes?


ueno, bueno, bueno, aquí vamos otra vez con una adaptación cinematográfica de uno de los grandes clásicos del cine, Watchmen. Por resumir (para todos aquellos que no quieran darse una vuelta por el cine y prefieran acudir a la fuente original): una panda de superhéroes ser reúnen por diversas causas para… ¿ver qué se inventan los malos para terminar con el mundo? NO… ¿ver cómo Lobezno despliega sus garras para cortarle la cabeza a algún mutante de otro universo que intentan conquistar la tierra con sus amiguetes? NO… ¿vigilar a los superhéroes y sus curiosas “fronteras” entre el bien y el mal, sus “daños colaterales”, sus “idas de psique”…? Efectivamente, has acertado. La opción tercera es la correcta.
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Presuntamente escondido entre líneas y líneas de código digital, se encuentra el argumento de Watchmen, un cómic creado por Alan Moore (un sensacional escritor del que recomiendo Un trabajo muy sucio para echarse unas risas inteligentes) y Dave Gibbons pasada la medianía de los años 80 y que cambió tanto la narrativa como la forma de entender el cómic de superhéroes. De hecho, tiene en su haber un Premio Hugo (premio a los mejores relatos de ciencia ficción), siendo con ello único en su género.

Por hacerse una referencia espacio-temporal, la acción discurre en unos Estados Unidos que están a punto de entrar en una guerra nuclear con la Unión Soviética, todo por el mayor bien del American Way of Live y la libertad mundial . El leit motiv de la historia no es otro que el asesinato de uno de los integrantes de un particular equipo que reúne gente increíble del pasado y el presente. Watchmen tiene la habilidad de presentar a los chicos especiales con las mismas taras que los seres humanos. Gente corriente que ha de enfrentarse a dilemas éticos y morales, a zancadillas en su vida privada, trastornos, fracasos

El cómic nos cuenta la vida de los integrantes del equipo de forma enrevesada, compleja y nada lineal. Personajes que, a excepción del Doctor Manhattan (un tipo envuelto en radiación azul y que se pasea flotantemente desnudo a lo largo y ancho de todas las páginas), no poseen ninguna habilidad supernatural.

El Comediante, un ser de perfil complejo, sirve de cohesión, de liga entre los integrantes de una y otra generación de vigilantes; Rorschach, que tiene tantos escrúpulos como uñas una ballena, lleva un diario de sus acciones e investigaciones, permitiendo al lector saber cómo discurre la historia y sus particulares métodos de conseguir información; Ozymandias es el sinónimo del éxito a través del conocimiento, además de buen conocedor del dicho que reza que “una retirada a tiempo equivale a una victoria”, pues termina más o menos bien con una gran multinacional bajo el brazo; Búho Nocturno es un cuasi-plagio del Caballero Oscuro, especialista en artilugios, artefactos y gadgets sensacionales orientados a cazar a los malos, pero, por desgracia, no a aplacar sus turbios y borrosos impulsos; Espectro de Seda es el fiel reflejo de una mujer en el cómic, sensual, atrevida, picante, tendente a saltarse las normas y sí, con ropa muy ceñida; y, finalmente, está el Doctor Manhattan con su dominio del átomo y, sobre todo, con la bushística inclinación a cumplir ciegamente las órdenes del Pentágono.

Hasta aquí esta pequeña reseña del artículo escrito con la colaboración de José Luis Peralta, con el que tantas horas he pasado cribando texto, maquetando y consiguiendo las fotos apropiadas. Aunque, todo hay que decirlo, para esta entrega dejó las cosas la mar de bien preparadas. Por cierto, si alguien quiere disfrutar de una crítica un tanto distinta, no tiene más que pasarse por el blog de Nacho Vigalondo. Tronchante y bien objetivada.
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Murcia muere con el Trasvase


os musulmanes ya llevaban agua de las zonas húmedas a las secas mucho antes de que en esta piel de toro sufriéramos el Estado de las Autonomías. Hoy, unos cuantos centenares de años más tarde, España vuelve a ser un reino de Taifas donde unos y otros se echan los cubos a la cabeza por un quítame allá esos hectómetros cúbicos. El agua, elemento primordial para el crecimiento sostenible y el desarrollo industrial, no cumple el requisito constitucional de la solidaridad entre regiones. Lo que sí hace a la perfección es convertirse en la recurrente, maleable y arrojadiza arma política, pues no hay nada mejor para divagar (en la región castellano-manchega o en las otras) que buscar la propiedad de un recurso natural que nace, vive y muere por mor de los caprichos de la geografía.
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No hay más ciego que aquel que no quiere ver, y en este caso Partido Popular y Partido Socialista se han vendado los ojos por igual en Castilla-La Mancha. Hay que ser muy ciego, o muy obtuso, para no darse cuenta de que la Región de Murcia genera unos 15.000 millones de euros al año solamente en el sector hortofructícola y de transformación de la materia prima. Eso si no se tienen en cuenta los otros tantos miles que entran en juego con los sectores afines: transporte, marketing, ventas, publicidad… y, cómo no, inmobiliario. Una región con más tres millones de habitantes (población fija) y casi el triple flotante para la que el abastecimiento hídrico mediante desalinizadoras y plantas potabilizadoras es literalmente imposible, tanto a nivel de costes como de producción.

Las Cortes manchegas, con quijotesco afán, vendieron a los cuatro vientos la foto de un nuevo Estatuto firmado bajo el parasol del consenso. Algo que, a todas luces, sabían que era de imposible aprobación. No por el texto en sí, sino por la idea de la extinción del Trasvase Tajo-Segura en el 2015. Ahora, tras el tirón de orejas de sus primos de Madrid, que no ven con buenos ojos el posible descalabro electoral en dos regiones como Murcia y Valencia (muchísimo más ricas que la de Barreda y afines, by the way), devuelven a los corrales la herencia pantanera del “tío paco”. Con el super-liminal mensaje de que se fumen todo lo que quieran en el Palacio de Fuensalida, pero que no jueguen con los Doritos de los demás cuando les entre la gula ciega, ojo.

Por otro lado, resulta irónico que Castilla-La Mancha, siendo la cuenca cedente, tenga la necesidad de poner en su nuevo Texto Marco regional el potencial cierre del grifo siempre y cuando no sea “para abastecimiento humano”. Ilógico, fuera de lugar y hasta ignorante, puesto que la Ley dice que, al ostentar la condición de cedente, puede utilizar el agua para lo que le de la gana. Eso sí, no para embalsarla, sino para invertirla. El problema es que no hay nada en el secarral manchego donde poner los hectómetros y hectómetros cúbicos que se dejarían de enviar a Murcia y Valencia. Un potencial debate, pues, queda desierto antes de haber empezado.

Como siempre, el ciudadano, tendente en exceso a permanecer desinformado (más por la estructura de los medios de comunicación que por otra cosa), escucha día sí y día también patrañas del estilo “el agua se usa para regar campos de golf”. Algo completamente imposible, si se tiene en cuenta la depuración y el tratamiento que tiene que sufrir la pobre para que los más poderosos tengan inmensos patios verdes donde poder pasearse con sus palitos y sus cochecitos eléctricos.
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Se mire como se mire, salimos perdiendo


ivimos en un país… ¿de contrastes?¿de ironía?¿de estupidez? Somos españoles, somos diferentes. Y a mucha honra. Pero la parte negativa de la moneda (y qué casualidad que siempre que se tira cae por el mismo lado) significa que, cuando se anuncia una huelga de transportes, el público se vuelve loco. Las gasolineras quedaron desabastecidas, la gente compraba veinte y treinta pollos en el supermercado, leche de cabra y hasta reservas de harina. Más o menos lo que ha venido pasando con la supuesta crisis económica mundial: unos americanos dicen que no tienen un duro y todo el mundo entra en un estado paranoico. De todos modos, vamos con el primer pilar, el primer responsable de la catástrofe: el petróleo.
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Los estados tienen una curiosa manera de llenar sus arcas, los impuestos. Derecha e izquierda, se supone, han de diferenciarse por la preferencia de directos o indirectos. Sin embargo, la realidad es que ninguna formación política que ha pasado por la Presidencia del Congreso se le ha ocurrido “rebajar” una de las formas más sencillas de exprimir el bolsillo del contribuyente, y no es otra que estrujarlo cada vez que coge una manguera. Casi cincuenta céntimos de cada euro que pagamos a la hora de llenar el depósito son gravámenes de uno y otro tipo.

Indirectamente hablando, no es el individuo de andar por carretera el primero en la lista de solicitantes de combustible. La palma se la llevan las centrales eléctricas, el sector industrial y el transporte por carretera. Los elevados costes repercuten inexorablemente sobre Fulano de Tal a la hora de abonar la cuenta del supermercado. El eslabón final, como siempre, es el que paga el precio del pato bañado en chapapote.

Pero… ¿se puede permitir un Gobierno bajar en tiempos de crisis su cuota de inyección monetaria y aumentarla en épocas de bonanza? ¿El hecho de que llenar el depósito le coste menos al transportista, al productor de energía y al industrial significa que Fulano de Tal compre más barato? ¿El empresariado español está dispuesto de reducir sus elevados márgenes comerciales, tan acostumbrado como está a una mentalidad de “recoge lo máximo que puedas y el que venga detrás que arree”?

Algunos analistas sostienen que el elevado precio de la gasolina ha sido el motor de las principales innovaciones dentro del sector del automóvil, buscando la creación de motores más eficientes o los sistemas híbridos. Del mismo modo, aseguran que así se impregna la sociedad del espíritu del ahorro energético. No hay político en este país que se le ocurra la brillante idea de poner unos impuestos directos a lo sueco, del 35 por ciento, y obligar al empresariado a que mantenga unos márgenes razonables, imputando el resto de la carga fiscal en productos “letales para la salud”, como son el tabaco y el alcohol.

Así, los “tres paganos” inmersos en la trayectoria pendular del capital van a ser los trabajadores, los asalariados, los Fulano de Tal, que verán cómo su poder adquisitivo disminuye, su disposición al crédito se recorta y sus puestos de trabajo peligran, pues la ralentización del consumo conduce al inexorable anquilosamiento del crecimiento económico. Y si a todo le sumamos el input de la gran capacidad de paranoia que son capaces de insuflar los medios españoles (véase reportaje “Debate sobre el estado de la paranoia”), encontraremos el mejor escenario posible para la debacle.
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viernes, 27 de febrero de 2009

No hay pan para tantos


mediados de la centuria que viene serán 10.500 los millones de habitantes que pueblen el planeta. Muchas bocas que alimentar con unos recursos sobreexplotados y que, si no fallan las cuentas (y estas son de las que nunca lo hacen), será mucho más difícil que ahora el llevar pan a cada mesa del mundo. Actualmente, sólo un tercio de la población humana tiene garantizado el echarse algo a la boca todos los días. El calentamiento global, el agostamiento del terreno y la especulación con los productos alimentarios nos conducen, inexorablemente, a tres cosas: hambrunas, pandemias y guerra.
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Allá por 1972, unos tipos bastante listos del MIT lanzaron al mundo (bajo el título Los límites del crecimiento) unas predicciones que harían temblar al mismísimo Nostradamus. No porque vinieran en crípticas cuartetas cargadas de ambiguo lenguaje, sino porque, con fríos datos sobre el papel, llegaron a la conclusión de que la decadencia era irremediable. Dos años antes, el Club de Roma (una especie de Bilderberg setentero compuesto por empresarios, científicos y políticos) hizo el pertinente encargo del estudio. Puede que porque siempre han estado veinte o treinta años adelantados al resto de los mortales. Puede que porque debían dejar bien claro y atado a sus hijos dónde invertir sus fortunas.

Las perspectivas que dibujaban resultaron negativas. Colapso y crisis mundial a partir del año 2000, solamente retardada gracias a posibles avances tecnológicos. Pero, como mucho, diez años. De hecho, da igual que nos empeñemos, el inexorable desenlace no cambiará. Es más, todos los avances que se han venido aplicando con éxito en el Primer Mundo han resultado ser letales para el Tercero. Pakistán e India invierten miles de millones de dólares en la producción de armamento nuclear, las tecnologías de la información sólo han servido para crear redes virtuales de terroristas con sede en el Oriente Medio…

Todos aquellos que decidieron jugarse la vida en busca de mejores perspectivas y enviar dinero a su familia han terminado perpetuando un complejo sistema de alienación y muerte en sus países de origen. Los recursos naturales no se explotan al máximo en pos del bien de las grandes multinacionales allí implantadas que buscan mano de obra barata para poner precios asequibles a frustrados y orondos consumidores a miles de kilómetros de distancia.

La moralina judeo-cristiana, impuesta por el colonialismo, ha evitado que se siga practicando el ancestral “control de natalidad” de la tribu, perdiendo así la identidad y la selección ancestral; la falta de acceso a métodos anticonceptivos provoca superpoblación y, además, los pingües beneficios que generan las materias primas locales se reparten entre las macrocompañías y el representante del gobierno títere de turno que, no contento con eso, se queda una buena tajada de los recursos de las Organizaciones No Gubernamentales y los fondos internacionales destinados a sus zona.

El resultado no será otro que una explosión fragmentada por el hambre y la falta de esperanza. Porque es cierto que se pueden poner puertas al hombre, pero contra un estómago vacío no vale ni el muro más grande que haya construido el mejor de los ingenieros sociales. Por otro lado, el tsunami de la inmigración provocará el terremoto de la xenofobia, la aparición de partidos de corte más radical y la presencia de quintacolumnistas en los guettos de las grandes ciudades que, igual o más desesperados que sus “hermanos” pobres, buscarán los dos tercios del pastel que se lleva comiendo desde siempre el mismo 1 por ciento.
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Malos tipos, buenas páginas


icotomía del ser humano. Némesis. El oscuro pasajero que todos llevamos dentro se hace, con cada vez más frecuencia, un honroso eco entre los aficionados al cómic. Su ausencia de linealidad, su complejidad psicológica, su ambición desmedida y los sutiles (o no tanto) medios que utilizan para hacerse con la ciudad, el planeta o el Universo, les hace parecer irresistiblemente atractivos a ojos de un buen lector. La pregunta está sobre la mesa: ¿son los villanos el fiel reflejo de la especie humana o simplemente la fuerza destructiva necesaria para que exista un héroe?
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Tienen un carácter poco amigable, puede que porque muchos de ellos han sufrido terribles desengaños. Al fin y al cabo, siempre hay un tipo, con algo tatuado en el pecho y gráciles rizos que le caen sobre la frente, empeñado en desbaratarles sus planes. Sus respuestas (tirar a la chica del bueno por un puente, enterrar vivo a su fiel –y heterosexual- compañero) vienen condicionadas por haber frustrado su ambición. Total, qué son miles de muertos para conseguir un pequeño objetivo: el poder absoluto. Su cruz ha sido ser la otra cara de la moneda, los herederos de los ángeles caídos, de aquellos que osaron mirar de igual a igual a los ojos de un Dios creador y le escupieron a la cara que no se sintieron conformes con el pedazo de pastel que les había concedido de por vida.

De Joker a Kingpin o de Luthor a Magneto, el mal siempre es tan complejo o tan inmenso como el bien que le combate. Si el bien se encarna en valores, ellos lo hacen en el concepto del delito, en el porqué de la sociopatía, de la ambición de la venganza. Algunos de ellos son malignos porque el destino los ha hecho así, porque es su función en la vida, porque han sido creados con el único propósito de arrasar. Y todo para que el ser humano pueda aprender una lección del sufrimiento y aferrarse a cierto grado de fe.

Cumplen perfectamente con su función de contraste adaptándose a los tiempos que corren. La realidad histórica los ha transmutado y desdibujado. Nazis a principios de los años 40 y, ahora, misteriosos individuos que quieren terminar con una guerra injusta acabando con la vida del presidente. Malignos salvapatrias o cuasi cibernéticos padres enmascarados, con el tiempo se les termina cogiendo cariño, pues es en la madurez cuando empezamos a simpatizar con sus tétricas motivaciones. Puede que porque ellos no sean, ni más ni menos, que el reflejo de una sociedad o de un individuo al que el devenir cotidiano le ha arrancado la inocencia poco a poco.
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